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viernes, octubre 15, 2010

Los peligros del liberalismo económico

Reproducimos a continuación una carta de lectores que enviara nuestro colaborador E. T. a la revista tradicionalista Ahora Información en respuesta a una reseña del libro La fatal arrogancia del economista liberal Friedrich A. von Hayek que publicó dicha revista en su nº 102. Por razones de espacio, la carta fue publicada en forma reducida en el número siguiente de dicha revista. Por el interés que despierta, la publicamos a continuación completa.

Buenos Aires, marzo de 2010.

Señor Director

Revista Ahora Información

De mi mayor consideración,

Grande fue mi sorpresa al leer en el último número de vuestra prestigiosa revista tradicionalista una nota laudatoria para con F. A. Hayek bajo la excusa de una reseña bibliográfica. Entiendo que el tradicionalismo, a diferencia de las ideologías, no es una doctrina sectaria y, por eso, puede muy bien descubrir “semillas de verdad” en donde sea que se exponga un pensamiento. Incluso, comprendo que, muchas veces, estas ideologías, mientras nos acompañan en un trecho del camino, pueden tener formas de exponer la verdad que nos enriquezcan. Así, un tradicionalista puede descubrir, escondido entre mucha “paja”, verdadero “trigo limpio” en alguna de las obras de la Escuela Austríaca de Economía, uno de cuyos principales referentes fue Hayek. Podremos citar, entre las últimas publicaciones, los estudios históricos de Hoppe o los que sobre la ética de la emisión de moneda ha dado a luz Hülsmann. Entiendo, finalmente, también que, en el espacio de una columna, el autor de una reseña no tenga lugar para mayores disquisiciones. Sin embargo, no lo podemos dejar pasar pues aprovecha esa columna para hacer una serie de afirmaciones que me merecen algunos comentarios. Amicus Plato

Comienza la notícula excusándose por traer a mentas a un autor “que se autodenominaba liberal”. Pero, a renglón seguido, se lo corrige póstumamente como “conservador” sobre la base de la definición que de esta ideología hizo Russell Kirk. Sin entrar en detalles sobre las reales posibilidades de un conservadorismo culturalmente protestante y revolucionario de Kirk y los suyos que fuera tan bien criticada en nuestro medio por Rubén Calderón Bouchet (“El conservadorismo anglosajón”, Verbo, edición argentina, nn. 332-333, mayo-junio de 1993, pp. 69-88), es al menos sospechoso que, en una revista tradicionalista, se haga elogio de un “conservador” por ser meramente tal – sabiendo las reminiscencias que esta palabreja trae a un carlista.

A continuación la reseña afirma que este libro de Hayek sería “una defensa de la tradición y de la religión para explicar el orden libre que siempre defendió frente a los totalitarismos”. Primero habría que ver qué “orden libre” fue el que Hayek siempre defendió frente a los totalitarismos. En segundo lugar, si este orden hayekiano tiene alguna coincidencia con el orden natural y cristiano que defendemos. Y, finalmente, si realmente el libro éste, entendemos que las citas elegidas son ejemplificativas del mismo, defiende qué tradición y qué religión.

No deseo abusar de su benevolencia mi estimado Señor Director ni de sus lectores, en el que caso en que llegara a publicarse esta carta, por lo que intentaré ser breve para exponer cada uno de estos puntos, trayendo referencias donde puedan indagar aquéllos que quieran profundizar.

Respecto a la libertad, dice Hayek casi citando a Rousseau, “nuestra fe en la libertad no descansa en los resultados previsibles en circunstancias especiales, sino en la creencia de que, en fin de cuentas, dejará libres para el bien más fuerzas que para el mal” (Los fundamentos de la libertad [Madrid: Unión, 1975], p. 58). En el que es quizá su libro más conocido, Camino de servidumbre (Madrid: Alianza, 1985), hace una glorificación del individualismo, cuya esencia define como “el reconocimiento del individuo como juez supremo de sus propios fines [y] la creencia en que, en lo posible, sus propios fines deben gobernar sus acciones” (p. 90), recordando las posturas más cínicas y duras de Spencer. Sin olvidar, aprobando a Tucker, cantar loas al egoísmo, “ese motor esencial de la naturaleza humana” (Los fundamentos…, p. 92), o a la desigualdad económica, cuya falta haría “imposible” el progreso económico (Los fundamentos…, p. 71).

Hasta aquí algunas ideas características de Hayek. Queda por analizar si estos conceptos son compatibles con los de la tradición cristiana. En ese sentido, sabemos en buena escolástica que la libertad puede definirse como una potencia, una capacidad para algo, pero que en el hombre, ese algo está delimitado por el bien. Es decir, se es libre para hacer el bien; para practicar la virtud; nadie es libre en el vicio, sino esclavo. Por lo tanto, no puede haber verdadera libertad cuando uno actúa motorizado por el egoísmo. En el mismo sentido, pero visto desde otra perspectiva, la libertad es un punto de llegada y no de partida: haciendo el bien se es libre; no es que por ser psicológicamente libre que uno hace el bien (¡menos aún en un estado de naturaleza caída!). Si los trascendentales son entre sí intercambiables, lo mismo que Nuestro Señor dice de la verdad (la verdad os hará libres), podríamos predicarlo del bien.

Como se puede apreciar, las diferencias entre una concepción y la otra son radical y esencialmente distintas. Aún cuando puedan coincidir en la crítica de los regímenes totalitarios, más o menos evidentes, las posiciones desde donde se lanzan las críticas son diferentes… y lo mismo, los remedios para poner fin a esos males.

Queda finalmente analizar si este libro, en base a las citas escogidas, significa una rectificación, aunque más no sea tácita, de las ideas sostenidas con anterioridad. ¿Estaba Hayek transitando su camino de Damasco?

¿Es “la visión religiosa según la cual la moral está determinada por procesos que nos resultan incomprensibles” (y que Hayek considera más acertada, aunque sus esquemas le parezcan “científicamente infundados”), es – decíamos – la visión de la Iglesia? Bien sabemos que esta idea de una moral irracionalista y fideísta, sostenida únicamente sobre argumentos historicistas, poco tiene que ver con la Tradición viva de la Iglesia, bien expuesta en la doctrina de los Papas y sus mejores doctores. Esta postura un tanto caricaturesca, que nos recuerda al primer Lamennais, tiene a lo sumo el gusto del pensador que llegado el fin comienza recién a comprender que sólo sabe que no sabe y que su ideología y sus utopías se desmoronan ante lo que no puede explicar con su porción de ciencia.

Y llegados a este punto, regresamos al comienzo. El tradicionalista puede abrevar en distintas fuentes, delimitado únicamente por la evidencia de lo que las cosas son, pero no es justo que, por querer ganarse a “los hombres de buena voluntad”, termine siendo negligente al profundizar en la verdad que ha recibido. Podemos buscar “semillas de verdad” tanto en Hayek como en Keynes o Marx, pero no al precio de desconocer la riquísima tradición de pensamiento económico, social y político cristiano. No negamos que quizá las formas, los ejemplos, los esquemas, puedan necesitar actualizaciones o mejoras; pero ellas siempre surgidas del amor y no del desprecio, del reconocimiento de aquéllos sobre cuyos hombros descansamos.

A continuación reproducimos como imagen la reseña que motivó esta réplica (pinchar en ella para agrander y leer).



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